jueves, febrero 08, 2007

Bon Voyage

Sacudí cada partícula de polvo que adornaba esas viejas maletas; aventé, con la misma peripecia de un lanzador de martillo en olimpiadas, un montón de ropa dentro de ellas. Creo que ni siquiera me tomé la molestia de asegurarme que no había empacado de más o que no me hacían falta las cosas básicas. Me ardía la mano cada vez que tocaba mi boleto de avión; por fin podría estrechar la mano de mi amiga después de lo que parecía un lustro; escucharía su voz sin la distorsión del teléfono; vería cada gesto que me hiciera al contarle cada una de mis salvajes aventuras. Todo esto me hizo recordar aquellos días en que me emocionaba así porque nos habían dejado salir juntas, y me emocioné aún más recordando los viejos tiempos porque sabía que también a ellos los desempolvaría. Me dirigí al aeropuerto y durante el vuelo contaba con ansias cada segundo que pasaba. Al llegar a mi destino, tomé el primer taxi que vi; creo que hasta le di el doble de la cuota al taxista, pero mis piernas ya querían correr en cuanto me vi frente a la casa de Natalia. Me temblaban las piernas, ¡me temblaban! Ya estaba ahí, era increíble, pero ya estaba frente a su casa. Natalia se sorprendió tanto al verme que se le olvidó por completo decirme que Fernando, su novio, se acababa de mudar con ella. Desde que me empezó a contar sus planes de conquista y la forma en que la trataba, supe que iba a ser una relación estable; que iban a durar tanto como se lo propusieran. Nat vive a las afueras de la ciudad, en una pequeña casa muy rústica, rodeada de árboles y flores en el jardín; siempre le gustó la naturaleza. Como mi llegada fue sin previo aviso, decidí quedarme en un hotel en el centro de la ciudad; ellos se opusieron al principio, pero les hice ver que no sólo era por no querer importunar, sino que también se debía a ese complejo de vagabundo que tengo y que me gustaría caminar un poco a solas al rededor de la ciudad para conocerla pues sólo nos habían presentado en fotos. Aceptaron mi decisión a cambio de una deliciosa e improvisada cena. Entre vegetales y quesadillas nos bebimos unas copas de vino, y antes de que nos atontara el alcohol, pero justo en ese punto donde uno está tan relajado, llegó el taxi que me llevaría al hotel. Llegué allí y después de familiarizarme un poco con mi nueva habitación, caí rendida en la cama y en el techo se dibujaban aquellas cosas que necesitaba olvidar, y aquellas otras que era necesario recordar; ahora todo sería en un nuevo escenario, en una perspectiva muy diferente.

5 comentarios:

Marxtamoros dijo...

Yo también he tenido grandes veladas y grandes pedas de esas que nunca se te olvidaran. Al día siguiente estan tan frescas que crees que volveran a ocurrir en cualquier momento pero no es asi.

Anónimo dijo...

Holas! Triste es cuando quedan asuntos pendientes en el pasado, o el simple hecho de dejar gente querida en la desviación del camino. Los reencuentros tienden a ser increíbles y la gran mayoría de las veces alivian algo más que la nostalgia. Saludos! :D

Anónimo dijo...

Me hiciste llorar.

butterposa dijo...

Alo, saludos de una coterranea...

Anónimo dijo...

Postea de nuevo y mataré a un gato.