Una Cerveza, por Favor

Entre recuerdos y risas me encontraba en mi cama; pensante, divagaba y constantemente le daba vuelta a cada capítulo de mi no muy corta, pero grande vida; la misma que tiene un sin fin de memorias que quedarán perpetuas en cada marca que se va agregando a esta, mi inmunda existencia. Marcas que jamás podrán borrarse y es por eso que se les debe sonreír por amargas y oscuras que sean. Y, sí, aunque la vida parezca un enorme tarro de cerveza oscura, hay que sonreírle pues a pesar de todo, siempre habrá burbujas. Burbujas que se rompen, burbujas que se disfrutan con el toque amargo de la espuma... y cuando filosofaba de la vida mientras que se asomaba una que otra lágrima que me recordaba a un amor perdido, a una pasión finita, decidí escapar a un lugar más allá de los diferentes espacios secretos que sólo mi mente sabe el cómo y el porqué de su hermosa existencia. Subí al coche, el cual de tanto tiempo sin uso estaba más empolvado que la sonrisa de una persona que no se permite ser feliz, lo encendí y al tomar el volante decidí que le daría uso al acelerador hasta llegar a Ningún Lugar y explorar nuevos terrenos como el espíritu nómada/aventurero lo indicaba. Llegando a mi enigmático destino, no lo podía creer, ¿Cómo es posible que haya cosas así en la vida y uno a veces ni se da cuenta? Me quedé un instante dentro del coche viendo lo que se convertiría en mi destino turistico por al menos un día, pero no importaba; aunque fuera un par de horas, le disfrutaría porque de nada serviría agobiarme por no tener suficiente tiempo para echarle un vistazo; si había llegado ahí tan sorpresivamente era porque así debió ser y porque, aún con pocas horas, sería excitante. Al reaccionar, no soportaba las ganas de bajarme del coche y sentir como, a través de mis flacuchos pies, entraba a mi cuerpo el calor que Señor Sol había dejado en la banqueta. Era algo más que una delicia; sentir un nuevo aire, totalmente diferente al que estaba acostumbrada, era como volver a respirar después de una reanimación cardio-pulmonar. Era sentir como, incluso, el aire tenía un perfume diferente, algo que quizás jamás vuelva a percibir, pero sé que será imposible de olvidar. Piedra por piedra recorrí las calles de esta tierra perdida; me escabullí entre las personas, disfruté de cada uno de mis pasos y al final, no pude resistir la oportunidad de llegar al típico bar del centro histórico. Llegué y en lo único que pensaba era en decirle al señor del bar, “una cerveza oscura, por favor”.