La Dama
Hoy sólo quiero descansar, relajarme y caminar. Basta de dramas, basta de él; no me quedaré a llorarle un fin de semana, ya tuvo con lo que le dije a mitad de esta semana; ni que se haya muerto para rendirle luto. Pues ¿que se cree? Basta ¡basta! El no es quien me mueve, sólo yo…
Este bar parece agradable y tranquilo. Me quedaré un rato, unas chelas talvez; un trago para relajarme. Que bien, se ve bastante bien, y ese del piano que bien toca. Ah, ¿es cliente? Vaya, que sorpresas se encuentra uno en esta ciudad.
Sí, sí, otra cerveza, por favor.
¿Martini? Yo no pedí un martini. Oh, vaya, que amable. Hola, mucho gusto. ¿Que cómo me llamo? Me puede decir Luna; por cierto, que bien toca. Ja, me refiero al piano, por supuesto. No, no; yo quiero hablarle de usted, pues es todo un caballero.
Y así, entre copas e intercambio cultural, terminó Don Catrín por invitarme a su casa para mostrarme una colección de pinturas de su autoría; bien sabía cual era el fin, aunque un poco insospechado, pues su finta de conquistador elegante bien podría ocultar a todo un aburrido en aspectos pasionales, pero ¿qué más daba si lo único que quería era relajarme? No sentía esa gran necesidad de intercambios que fueran más allá de admiración por Miró o Tchaikovsky.
Después de unos minutos, llegamos a su hogar; un lugar bastante bien decorado y con un gran gusto. Muchas pinturas, mucha cultura y mucha pasión. Quien iba a pensar que ese señor de mirada seria y sonrisa elegante que parecía aburrido en su estudio sería todo un derroche de pasión en el piso del mismo. No, ya no pensaré lo mismo de las apariencias; Don Catrín terminó siendo mucho más interesante de lo que pensé.
2 comentarios:
Hay lectores morbosos que esperamos la continuación.
Muy bueno, me agrado el pequeño giro que tuvo la protagonista con respecto a los dos anteriores escritos. Un saludote.
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