Catarsis

Después de tanto tiempo aquí estamos frente a frente de nuevo; ambos mirándonos fijamente tratando de decirnos lo que no pudimos en su momento. Tus ojos me reclaman con esa mirada fría semejante a las que solías lanzarme aquellos días en que buscabas tocar mis manos y que éstas se rehusaban a aceptarte; mis ojos no hacen más que gritar de temor y de pena. Aunque no lo creas, también me dolió. No es fácil arrancar algo así tan de repente, sin importar si los sentimientos a su alrededor son más fríos que una montaña de hielo. Me dolió, claro que me dolió aunque te aferres a decir que no y aunque me reclames por haber dejado de ser tan cálida como aquellas tardes de verano en las que sólo las sombras nos hacían compañía. Desde hace tiempo quise buscarte y pedirte perdón por no haber sabido recibir tus caricias. Desde ese momento en que tus ojos húmedos me pedían que meditara las cosas mientras de tus poros exhalaba algo que parecía amor, supe que simplemente no podía seguir tragándome tanto desprecio que sentía al ver tus manos acercarse a mi cintura. Todo me indigestó y simplemente no pude más y no me quedó más remedio que vomitar todo eso. Perdóname y perdona que mis sucias manos no hayan sabido darte amor. Disculpa que no haya sabido aceptar las cosas que me ofreciste a manos llenas. Pero sobre todas las cosas, gracias; gracias por tu paranoia, sin ella jamás me hubiese dado cuenta de las cosas y nunca hubiera tomado la decisión de parar con aquello que no me dejaba respirar; todas esas cosas tuyas que me atormentaban. Tus manos aferrándose a mi cuerpo como si se tratase de un maniquí que te acababas de ganar en una feria de pueblo. Gracias por tu mirada fría que celaba todo aquello que era, todo aquello que me gustaba disfrutar. Gracias por asfixiarme y dejar que me diera cuenta de que lo que menos quería era estar a tu lado. Jamás fui tuya y, aunque hubieras tratado de encontrar la forma de tenerme exclusivamente para ti, jamás lo hubiera sido pues no estoy dispuesta a ser de aquel que pide lo que no es capaz de dar. Y sí, lo repito, me dolió, pero ahora sé que ese dolor no era más que el producto de todo ese mal que me deseaste y de todas las culpas que me adjudicaste. Yo no te hundí, te hundiste tú al creer que haciéndome sentir culpable lograrías purificar tu alma y que siendo un mártir lograrías la gloria. Gracias, gracias por hacerme más fuerte creyendo que me hacías más débil.