De aquí a Júpiter y más allá

Estreché la mano de mi héroe y le susurré al oído cuan agradecida estaba; poco a poco nos fuimos perdiendo entre la turbulencia hasta llegar al punto en el que sólo éramos él y yo. Me sonreía con ese mirar coqueto que me hacía suspirar como si se tratase de aquel amor que se me escapó en el tiempo y el espacio; su mirada era tan profunda y tan azul que me hacía sentir perdida en la atmósfera. Sus manos eran tan suaves que al acariciar endulzaban. Sentía cada vez más cerca su palpitar, tan cerca que se sentía como el mío; mientras, mis manos jugaban con sus cabellos de bronce y me dejaba perder cada vez más en sus ojos hasta llegar a otra dimensión. De pronto, sus labios rozaron los míos de una forma tan sublime que me elevaron con un impulso sobrehumano. Me dejé llevar y nuestros labios empezaron la danza que inicia el ritual de los terrícolas. Nuestros cuerpos estaban cada vez más cerca y poco a poco el roce entre ambos creó un choque descomunal. Había energía por todos lados; se sentía cada vez más fuerte el ir y venir de fuerzas hasta que sin darnos cuenta cómo, se dejó venir la explosión. Cuerpos celestes por toda la habitación; estelas dibujándose en el aire, y de pronto, una lluvia de estrellas que no quería ver su fin. Ahora no sabía ni cómo darle gracias por tal heroísmo; aunque, me pude dar cuenta de que él era más que un héroe simple, incluso mucho más que aquellos súper héroes caricaturizados; el era un héroe; el mío; el cual me rescató de las garras de aquellos seres extraños que me habían atacado temprano, y el cual me recordó el color de las estrellas; no sólo me mostró el color de ellas, también me iluminó el camino hacia las galaxias con su astronómico mirar; eso sí, no dudé en recolectar un poco de polvo de estrellas y hacer con ellas un monumento aquí en la Tierra para recordar siempre tal aventura tan galáctica.