La Guerra En las Galaxias

Me levanté abruptamente del césped; me había asustado tan súbito despertar. Tomé en mis manos el planeta rojo que me había caído de la nada y se lo envié a ese pequeño ser de otro planeta; él era tan raro y así hablaba, con su voz un poco chillona.; llevaba en la boca una especie de cono multicolor, pero invertido y lo sostenía con un delgadísimo cilindro blanco. Ya había visto antes a otros seres con esa especie de artefacto bucal, pero no eran como éste; eran una especie de esferas, generalmente rojas; incluso, ya había puesto entre mis labios tan peculiar artículo. De pronto, pude ver que otro de los pequeños seres llevaba en su boca uno de los que ya había visto antes. Todos eran tan graciosos; jugaban y balbuceaban mientras se arrojaban ese enorme planeta que apenas podían sostener. Me causó mucha gracia el verles; me llenaron de energía y alegría, y con tales vibras me fui retirando hasta llegar al ruido de la urbe. Naves por aquí, naves por allá; transeúntes por todos lados y cada vez más raros. Hablaban y hablaban hasta llegar a aturdir. Ya no podía seguir oyéndoles más. Todos esos ruidos penetraban mis oídos y no sólo aturdían, sino que atormentaban, desesperaban. Me llevaron a la ira; corrí entre ellos y hasta sentía como me atacaban. Tenía que ganarles la guerra, pero ellos se aferraban a perturbarme. Arañazos en mis brazos. Jalones que me hacían detener. Sentía que ya no podía y poco a poco me fui derrumbando, pero alguien me dio la mano ¡por fin un aliado! Me ayudó a seguir con la batalla y continué corriendo, escapando de mis enemigos para no dejarme vencer en esta guerra que parecía interminable. De pronto, encontré un refugio y me adentré en él. Era la guarida de los héroes, la guarida en la que encontré al mío. Aquel aliado que me había ayudado a ganarles la guerra a los enemigos. Le sonreí al verle y no dudé en acercarme a darle las gracias y poco a poco el humo y la música nos ayudo para irnos sumergiendo en el hoyo negro que había en la cueva.