Baumwolle

No sé ni qué hora era cuando de pronto, el teléfono del cuarto me despertó con su incesante cantar; creo que ni cuenta me di de cómo pasó el tiempo mientras me encontraba en tierras oníricas; era tan profundo mi sueño que, incluso, me sentí extraviada hasta que reconocí la voz de Natalia. Me llamaba para disculparse porque le habían llamado de la nada para unas cosas de la universidad, pero me dijo de algunos lugares que podría visitar; le dije que no se preocupara, que para estas situaciones me las sabía arreglar muy bien, ¡como si no me conociera! Al despedirnos me metí al baño y disfruté mientras el agua cálida recorría mi piel; era tan seductora que no dudé en quedarme un poco más de tiempo. Al salir, aún con el cuerpo tibio, sentí lo fresco del viento; se me erizó la piel y fue, como decía un viejo amigo, un diminuto orgasmo. Seguía con ese erotismo mientras caminaba; el viento se entrelazaba en mi cuerpo y me acariciaba, me sacudía, me penetraba por cada poro. Caminé casi sin rumbo hasta que me encontré un poco perdida, pero no sentía miedo y poco a poco fui explorando a mi alrededor; todo era verde y lleno de aire fresco, hasta podía ver como el oxígeno iba saliendo de cada uno de los millones de cloroplastos a mi alrededor. Me tiré en el pasto y, al cerrar los ojos, me dejé llevar por el viento. Me rodeaban hermosas flores y el viento hacía cada vez más cercano su aroma. Olían a vida, olían a sueños, traspiraban amor y producían éxtasis. Todas ellas me rodeaban y sentía como me cobijaban; me acariciaban con todos sus pétalos mientras sus tallos recorrían mi cuerpo. De pronto, algo me empezaba a dar cosquillas por la espalda; era un pequeño capullo de algodón que estiraba sus manos para crecer. Por un momento pensé que le interrumpía y, cuando pensaba moverme, sentí como, a pesar de que mi espalda le estorbaba un poco, el iba creciendo, y creciendo. Crecía tanto hasta casi tocar las nubes, y yo terminé recostada en él. Era tan suave y yo me sentía tan pequeñita; me revolqué entre sus fibras hasta que de pronto, unas gotas de lluvia me interrumpieron y poco a poco el capullo de algodón se fue cerrando y haciendo pequeñito, tan pequeñito que desapareció entre el césped. Me rehusé a abrir los ojos, pero repentinamente, una enorme pelota roja me cayó en el rostro y me hizo despertar.